Dentro de un mundo en el que todo es pasajero, en el que toda lo que se construye a nuestro alrededor carece de belleza, gusto y al poco tiempo los deshechamos y tiramos abajo, que existan hoy en día lugares como este, es un gran regalo infravalorado para nuestra civilización.
No deja de ser sorprendente que bajo la tierra de un sencillito pueblo de nuestro país, exista una maravilla como ésta esculpida en piedra y lleve así, intacta casi mil años.
Y si sorprende lo que evidencia la roca labrada y el enclave, ¿cuánto nos sorprendería saber la historia que encierran sus paredes?
¿Cuantas generaciones se habrán reunido en este lugar rindiendo culto de la misma manera?
Independientemente de tener o no tener y de coincidir o no con unas creencias, es absolutamente inverosímil que durante más de nueve siglos, tantísimas personas se han seguido reuniendo en torno a la fe al mismo Dios o profeta. ¿Seguro?
Afortunadamente, pienso que, aunque teóricamente rezaban al mismo, el Señor en el que se puede creer hoy no es el mismo que creían nuestros temerosos ancestros.
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