Cuando uno estudia en el colegio lo que es un glaciar, a lo que definen como lenguas de hielo que se desplazan entre las montañas y que desembocan en el mar no se llega a imaginar en su mente la magnitud de ese fenómeno.
Al adentrarse en la Patagonia argentina, disponiéndose a conocer a uno de los más famosos del mundo, sabe que se encontrará con un bello paisaje, pero nunca se puede figurar, ni por asomo, el magno espectáculo que se dispone a descubrir.
Primero lo divisas en el horizonte, entre montañas sumergidas dentro de una blancura celeste y creo estar ante un espejismo nunca antes soñado.
Luego te acercas y compruebas lo que guías te han anticipado y creías exagerado, la altura de más de 80 metros, brutal y espectacular que sobresale de la superficie del agua.
Más tarde te plantas a contemplarlo, durante minutos, e incluso horas, sin dejar de perderte la maravillosa música de su silencio, solamente rota por el caída de pedacitos de hielo que en realidad son grandes masas de agua helada.
El cielo, las nubes, los contínuos cambios de color, todo parece poco y a la vez, los sentido no son capaces de estimularse más, como queriendo embriagarse con todo la belleza que te rodea.
Finalmente llega el momento de irse, un último vistazo, prolongado, apurando el último paladeo de un lugar que puede parecerse a lo que podría ser un cielo si existiese, intentando grabar todo lo experimentado, sabiendo que, es muy difícil que vuelva uno a pisar un lugar así, y que una simple cámara de fotos es imposible que refleje con justicia.
Uno de los destinos soñados, vimos una lengua glaciar en Noruega, una mínima parte de lo que debe ser esta y nos quedamos mudos.
ResponderEliminarQuien sabe... quizá algún día...