S acabó el carnaval, esa época donde en las ciudades que tradicionalmente lo celebran, en plena ebullición de alegría, muchos aprovechan el disfraz para esconderse en un anonimato que en realidad es una liberación. Esconden su apariencia habitual para sacar esa personalidad que a veces dejan guardadas durante todo el año. Quizá es un momento adecuado para deshacerse de las ataduras sociales y exteriorizar lo que realmente les apetecería ser todo el año.
Hay quien, dentro de de la mascarada en la que vivimos durante, se esconden tras una careta de sonrisas y amables gestos que sólo encierran interés y egoísmo para conseguir objetivos propios, a costa de quien sea y de lo que haga falta, pero con la sonrisa postiza siempre en el rostro.
Otros, sin embargo, viven refugiados tras una máscara seria, distante e incluso fría y ahuyentadora. A veces, éstos son seres incapaces de sacar fuera lo que su corazón atesora y ocultan su alegría y diversión en unos ojos que no pueden engañarnos.
Sinceramente, puestos a elegir, me quedo con estos últimos. Unos ojos siempre nos dice la verdad y es "la mirilla" de un corazón.
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